Quizá lo más llamativo de una Semana Santa sean sus pasos, su procesiones. Pues bien, las que tenemos en Briviesca actualmente no son tan antiguas y han variado mucho a lo largo del tiempo. Un buen libro donde nos podemos introducir en la Semana Santa de Briviesca de poco más de medio siglo es Relatos de un briviescano de Santiago Sanz Domínguez. Nos relata con exactitud cómo vivía el la Semana Santa de niño describiéndonos cada detalle:
LA CUARESMA.- SEMANA SANTA.- MATRACAS.- ESQUILILLAS.- PASCUA DE RESURECCIÓN
La Cuaresma era en verdad tiempo de arrepentimiento, no se oía nada de jolgorio. Todos al toque de oración se iban a casa o, si hacía frío, a la cuadra a picar paja para sacar algún dinerillo para San José.
Los domingos los mayores y pequeños íbamos a rezar estaciones del Calvario. Marchábamos en tropel, como rebaño de ovejas detrás del sacerdote y su acompañante. Unos grandes faroles escoltaban el estandarte de la Divina Pastora. Se entonaba: "Por ser Vos quien sois vivo arrepentido". Y se contestaba: "Pésame, Señor, de haberos ofendido"
A punto de terminar la Cuaresma, empezando la Semana Santa, la ilusión de los peques es buscar por los desvanes la llamada "matraca". Consiste en una tabla de nogal de unos 25 por 20 centímetros, de cuyo centro cuelgan dos martillos de madera de encina, que con ganas y agilidad movíamos a un cuarto de vuelta dando golpes acompasados. Nos pasábamos el santo día por calles y campos dando la "matraca", como vulgarmente se dice. Alguna persona mayor, para quitarse la lata de encima, decía:
-Id con la música a otra parte. ¿Habéis ido a la cuesta del Rosario?
-No, -y corriendo íbamos allí, a dar el concierto en la picota sin molestar a nadie.
Nuestro final era ir can la música a la iglesia. Al apagar las velas se tocaba la carraca en vez de las esquilas.
Se oyen voces:
-Bajad, bajad, que ya han apagado dos velas.
Y en un santiamén se trasladaba toda la orquesta a la plaza de Santa María. Van y vienen "enlaces" a la iglesia y nos ponen al corriente de que ya no queda más que "la María". Alguien la dice que si esa no se apaga la esconden, y cuando alguno se ahoga y no saben dónde está, la echan al río y se para donde está el cadáver. [...]
Se oye el "carracón" de la parroquia y entramos todos en tropel dando martillazos con todas nuestras fuerzas. Algunos lanzan contra el pavimento botes de tomate donde habían introducido piedrecillas, resultando algunos heridos, la mayor parte cojos por culpa de las "bombas de mano", cuando se hace la retirada.
Estas operaciones se repetían el martes y el miércoles, y a continuación preparábamos otros nuevos instrumentos para el Sábado de Gloria.
El Jueves Santo -uno de los tres jueves del año que relumbran más que el Sol, según el dicho popular- se guardaba al Señor en el Sagrario del Monumento que se montaba en la Capilla del Cristo. [...] También se habilitaba como monumento al Santísimo, con el privilegio de que el que le visitara obtenía los mismos beneficios que visitando las siete capillas de Roma, la Capilla del Sagrario, tras el altar mayor.
Desde ese momento las campanas guardaban silencio, se despojaba a las bestias de sus collares de esquilas y cascabeles y a las ovejas se les atrancaban los cencerros con hierbas para que no sonaran.
En logar del toque de campanas, las llamadas y los anuncios de fiestas religiosas se hacían a base del carracón que portaban los monaguillos por calles y plazas, y casas donde habitaban los doce sacerdotes, que en el pórtico tocaban y anunciaban la hora de ejercicios. [...]
Las procesiones tenían su tradición. El Jueves y Viernes Santo eran gemelas, con la diferencia de que el jueves acompañaba al Señor la Virgen llamada "la Carbonerilla" -seguramente por el color moreno de su cara-, y el Viernes salía el hermosos Sepulcro de plata, al que daba escolta la Guardia Civil a caballo y de gala, con sus armas a la funerala; y la Dolorosa, tan venerada por toda la ciudad.
Se celebraban estas procesiones sin gran ostentación, devotamente, con todo el fervor que merecían. Rompía la marcha un piquete de la Guardia Civil de a caballo con traje de gala: gran calzón blanco, levita azul y pechera abotonada, correaje amarillo esmaltado y tricornio acharolado. Las relucientes espuelas pican a los caballos haciéndoles bailar sobre los guijos, levantando chispas con las herraduras.
Sigue el pendón de la Vera Cruz y la Cruz parroquial cubierta de tela morada que quitarán al día siguiente.
A continuación los niños y niñas de las escuelas, en dos filas de a dos, y en el centro el señor Nemesio con el tambor enlutado, quien marcará los compases para que la chiquillería vaya entonando:
"Los dos más dulces esposos,
los dos más tiernos amantes..."
haciendo méritos para ser dignos de los higos que nos esperaban.
Sigue el Cristo de la Cofradía, llamado popularmente el Cristo de las enagüillas, ya que por su antigüedad se había deteriorado de piernas para arriba y para cubrirlo se colocaron aquéllas, que se suprimieron después, al restaurarle el famoso escultor Valeriano Martínez.
Oración en el Huerto, imágenes de rotativa, de Olot, sin gran valor artístico.
Viene a continuación la gran Cruz Penitencial que era llevada a hombros por un penitente que lo solicitaba.
Varios años vi al mismo penitente, vestido con un traje morado con ribetes de oro, soga al cuello, y sobre su cabeza una corona de cuerda simbolizando espinas y completamente descalzo. Hizo un descanso en la parte norte de Santa maría, y como un relámpago se fue a la taberna de Santiago Sesma, el Corellano, y hoy casa Potolas, donde a toda prisa pidió algo para refrescar. Le sirvieron en un porrón de poco agujero, y al percibirse de que la procesión seguía apuró el líquido por la parte opuesta, vertiendo parte sobre su rostro y vestido. A todo correr se colocó en su puesto, sudoroso por el peso y la carrera que se había dado. Iba hecho una lástima, tanto que muchos peques decían: "pobrecillo, como suda sangre".
Sigue Jesús atado a la columna, una gran talla en la que nadie pone atención. En madera de nogal, tiene varios siglos, y por esta causa su figura está algo oscura. por ser imagen de poco tamaño era codiciada por jovenzuelos para llevarla en procesión.
Continúa Jesús con la Cruz a cuestas, de la misma época que la anterior imagen, digna de admiración por su gran valor artístico. Corrientemente se encuentran las dos en el mismo altar, el de la Dolorosa.
Viene lo mejor y más venerado: el Santo Sepulcro. Lo portaban ocho personas provistas de su famosa capa negra con ribetes rojos o verdes. Le dan escolta cinco infantes de la citada Guardia Civil, uniformados de gala, al igual que los que rompían la marcha, tercerola a la funerala, o sea al hombro pero con el cañón apuntando al suelo en señal de sumisión.
Al unirse el cortejo la Banda de Música interpreta la Marcha Real como homenaje al acto que se celebra. [...]
El cortejo está en marcha. la Madre de las madres, la Dolorosa, aparece en el umbral de la iglesia de San Martín, donde se venera en artístico altar exclusivo para ella y su hijo.
Toda enlutada, la cabeza mirando al suelo, por donde ha pasado su Hijo, la saludan con la marcha fúnebre "Mater Dolorosa", y todos sus hijos la acompañan en su soledad durante su recorrido por las calles de Briviesca: sale de San Martín, pasa por un cuarto de la Plaza Mayor, toma la calle Mayor para visitar la iglesia de Santa María, sigue por la de D. Justo Cantón (antigua del Río) visitando la iglesia de Santa Clara, calle de Pancorbo, Santa María Bajera, carretera de Santander y regreso por la calle de Medina.
Terminada la procesión del Viernes Santo, los pequeños rompemos filas y a todo correr vamos a las escuelas a por los higos que son golosos, y a preparar las esquilillas para el Sábado de Gloria.
SÁBADO SANTO.- Algo cansados por el ajetreo del día anterior, los que no poseíamos esquilillas aburríamos a nuestros padres para que fuesen donde sus amistades a que se las dejasen para nosotros. Pero ya, la mayor parte de las que habían quitado para nosotros. Pero ya, la mayor parte de las que habían quitado a los animales el Jueves Santo lucían y sonaban sobre el pecho de sus hijos, quienes, sin previa autorización las tenían preparadas para lanzarse a la calle en busca de compañeros para dar la cencerrada por toda la ciudad. Claro que esta era más benigna porque empezaba a las ocho de la mañana para terminan a las once, hora en que eran devueltas las esquilas a sus propietarios y guarnicionerías, donde habían agotado todas las existencias. Las comitivas que formábamos eran idénticos a las de los días anteriores, sólo que se cambiaba la madera por el metal.
Calle arriba, calle abajo y subida a la cuesta del Rosario con el nítido sonido de las esquilillas y cascabeles y algún que otro cencerro que arrastraban por el suelo, acompañados por un gran esquilón que iba siempre en vanguardia.
Este día todo era contra reloj. Nada más subir y bajar la cuesta, en cuanto poníamos los pies en la plazuela, "la Garbancera" rompía el silencio y todos adentro, a brincar para que sonasen las esquilas todo el tiempo que durase el canto del Gloria. Al final agradecíamos que nos escuchasen a la calle porque ya no podíamos soportar el movimiento continuo que ejercitábamos sin descanso. [...]
DOMINGO DE PASCUA.- El Domingo de Pascua ala amanecer, la "Garbancera" y su compañera "Santa María", acompasadas, daban la señal llamada "la Alborada".
A las diez, previo nuevo aviso por todo el conjunto campanil de la torre, el Excelentísimo Ayuntamiento va a la Parroquia, donde se celebra Misa solemne. Decíamos: "Hoy es día grande porque se abrazan los curas sin dejar uno". En efecto, un ayudante, acompañando de todos los revoltosos monaguillos, se personaba en el Coro abrazando uno por uno a todos los sacerdotes, al tiempo que les decía unos latinajos que algunos malintencionados interpretaban así: "-¿A qué hora echamos el tresillo? -A la que tú quieras".